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https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/19031
Título: | Sócrates, endemoniado | Autor: | Grassi, Martín | Palabras clave: | Socrates, ca. 470-399; Daimon; MUERTE | Fecha de publicación: | 2024 | Editorial: | Universidad de El Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Instituto de Investigación | Resumen: | Ese día, en esas horas decisivas, no le habló ni le dijo nada. Calló. Cuando hablaba era casi siempre para amonestarlo, para reprenderlo, para pedir un reparo, o para apartarlo de una decisión tomada. Ya le había sucedido un tiempo atrás que, alejado de los límites seguros de la ciudad y arrastrado por la magia de un efebo y de unas letras escondidas, al mediodía, en ese momento del día en que el sol pega más fuerte y estamos más abandonados a las fuerzas naturales que nos arrebatan, la voz se hizo notar. Luego de haber escuchado a su amante y amigo leer el texto del retórico Lisis sobre el amor, y luego de haber hablado él con el rostro cubierto para dejarse llevar a galope de las palabras, y sumando su canto a la partitura dibujada por este retractor del amor, ahí lo escuchó. Antes de haber abandonado su lugar y cruzado el río para volver a la ciudad, en ese momento, un mandato que nacía desde dentro -pero que venía desde fuera- se hizo oír (Platón, Fedro, 242c). Ese día, en esas horas, sí le habló. Esa voz muda que ya había escuchado y que aparecía para refrenar, inhibir, disuadir, detener lo que fuera a llevar a cabo; una voz que pronunciaba mandatos de tipo apotréptico, del orden de la prohibición, no de la revelación.1 Pero en este día, la voz no se dejó oír, sorpresivamente; esa voz que era su compañera fiel no quiso, ese día, decir nada. Quizás esa voz vino con su nacimiento. Quizás sea la expresión, la inyección, la intromisión, la introyección del destino, o de la voluntad de los dioses; quizás fuera el signo de una misión divina impresa en este ateniense desde el día en que vio la luz, en el sexto día de las Targelias, esas fiestas en honor a Apolo y Deméter en la cual la ciudad de Atenas se purificaba, expulsando de ella a dos hombres en nombre de la paz y del orden de la comunidad. Gracioso el destino que había hecho posesión de este ateniense de estatura baja, frente ancha, nariz redonda y achatada, de contextura corpulenta, y con una lengua bífida con la que envenenaba y encantaba a quien lo escuchara; gracioso el destino, digo, que lo utilizó para purificar Atenas haciendo de él, al mismo tiempo, sacerdote y ofrenda. Porque este ateniense debía enfrentar, al final de ese día en el que la voz no le habló, la sentencia de su sacrificio, el dictamen que maridaría su servicio a la comunidad con su expulsión de la ciudad... | URI: | https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/19031 | ISSN: | 1853-7596 (online) | Disciplina: | FILOSOFIA | Derechos: | Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional | Fuente: | Nuevo Pensamiento. 2024, 14, 23 (14). |
Aparece en las colecciones: | Artículos |
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