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Título : Naturaleza y gracia en la persona de Jesucristo
Autor : Ruffino, María del Rosario 
Otros colaboradores: Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras; Sociedad Tomista Argentina
Semana Tomista: Naturaleza, Cultura Y Gracia (42ª : 2017 : Buenos Aires)
Palabras clave : NATURALEZA HUMANAGRACIAJESUCRISTO
Fecha de publicación : 2017
Resumen : A modo de introducción, diré que la intención de este trabajo es proponer algunas ideas que nos permitan vislumbrar, contemplar, algo del Misterio insondable de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, quien, por cierto, es principio y culmen, es decir, plenitud, de la relación que se da entre la naturaleza y la gracia –tema que nos convoca en esta Semana Tomista. La naturaleza y la gracia, en la condición humana, establecen una relación que es difícil esclarecer. Encontramos dos realidades que, perteneciendo a órdenes absolutamente diversos, se integran de una manera misteriosa. La gracia es una realidad de orden sobrenatural, que se encuentra fuera del alcance de toda naturaleza creada. La excede, por ser intrínsecamente divina. Sin embargo, ésta se hace presente, como una cualidad creada1 , en el alma en la que es infundida. Según santo Tomás, la gracia es un hábito: "una participación de la divinidad en la creatura racional, según la primera carta de San Pedro, que dice: ‘Por medio del cual nos hizo donación de preciosas y magníficas promesas, para que seamos partícipes de la naturaleza divina’"2 . Es decir, Dios, como obra de su amor al hombre, le participa su mismo ser, elevando su alma a las cosas divinas. Ahora bien, la acción de comunicar la propia naturaleza es la generación, y su fruto, los hijos. Quienes reciben la gracia, son, en efecto, hechos hijos de Dios, como dice san Juan en su primera carta: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"3 . Se trata, por tanto, en el caso de las personas humanas, de una filiación por adopción. Dice san Pablo en su carta a los Romanos que recibimos "un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!". Es decir, no nos convertimos en Dios, sino que permanecemos en la finitud de nuestra condición humana, pero con un cierto modo de ser, accidental y participado, que es ajeno y superior a nuestra humanidad: es el mismo Dios que por amor se hace presente en el alma y le comunica sus dones.
URI : https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/18654
Disciplina: FILOSOFIA
Derechos: Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Aparece en las colecciones: Semana Tomista 2017 XLII - Naturaleza, Cultura y Gracia

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